Que hace unos 10 millones de años los ríos de la Mesopotamia estaban habitados por una megapiraña (un pez carnívoro de más de un metro de largo) era algo que se suponía desde hace tiempo. Sin embargo hasta el momento no había pruebas de su existencia. Fue un investigador platense quien las halló; no en un trabajo de campo, sino revisando antiguas cajas con fósiles indiferenciados en los depósitos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. La reciente publicación de su hallazgo despertó gran interés, tanto en el ámbito de la paleontología como en el de la divulgación científica.
Días atrás, revistas como la National Geographic se hicieron eco del descubrimiento del doctor Alberto Cione, paleontólogo del Museo de La Plata e investigador del Conicet. Es que su hallazgo vino a resolver además un misterio paleontológico: el del salto evolutivo que separa a las pirañas actuales con el pacú, un pariente herbívoro mucho más primitivo.
Aunque se conoce ahora, la historia del descubrimiento se remonta a fines de los '80, cuando Cione (a cargo de la colección de peces de la división de Paleontología de Vertebrados) revisaba antiguas cajas con material fósil sin identificar. Esas piezas habían sido desenterradas de las barrancas del Río Paraná, cerca de la localidad de Villa Urquiza, hacia el 1900, y desde entonces permanecían guardadas.
"Encontré un premaxilar que me llamó la atención. Era similar al de un pacú, pero con los dientes más grandes y afilados, como los de una piraña", cuenta el doctor Cione, quien por entonces no pudo establecer a qué especie correspondía ni tampoco su verdadero valor.
Fue algunos años más tarde, al leer el estudio de un ictiólogo norteamericano, que Cione comprendió la importancia del hallazgo. Las características del fósil "se correspondían exactamente" con las que su colega proponía en 1950 en una reconstrucción teórica de una especie entre el pacú y la piraña.
"Encontré esa especulación teórica materializada en una pieza, que ahora es la base para establecer la existencia de una nueva especie, la Megapiranha paranesis", explica el paleontólogo, coautor de un notable artículo sobre el tema publicado días atrás en el Journal of Vertebrate Paleontology.
El ancestro
Ancestro directo de las actuales pirañas, aunque de un tamaño cinco veces mayor, las megapirañas habrían habitado los ríos, y quizás también las lagunas, de la mesopotamia hace entre 8 y 15 millones de años.
Nadie está seguro, sin embargo, de qué se alimentaban exactamente. "Es posible que su dieta fuera diversa, como la de las pirañas actuales, que si bien son eminentemente carnívoras, también comen plantas y frutos", señala Cione.
Lo que sí se sabe es que coexistían con enormes bagres, delfines de agua dulce, tortugas y cocodrilos de muy diversos tipos, incluso uno labial de rostro alargado; toda una fauna que se extendía por una amplia región geográfica hasta el Amazonas.
Pese a que las únicas pruebas de su existencia se hallaron en nuestro territorio, "es muy probable que las megapirañas hayan llegado a habitar también gran parte de los ríos de Sudamérica", comenta Cione.
"Por entonces las temperaturas globales eran mucho mas altas que ahora, y las cuencas del Paraná y el Amazonas no estaban, como hoy, aisladas una de otra", explica.
A ese primer hallazgo que permitió establecer la existencia de una nueva especie se le sumaron en los últimos años otros que reafirman la teoría. Se trata, sin embargo, de piezas fósiles de menor valor, en gran parte dientes sueltos descubiertos en la misma región, la de Villa Urquiza, Entre Ríos
Fuente: ecofosil.blogspot.com
Días atrás, revistas como la National Geographic se hicieron eco del descubrimiento del doctor Alberto Cione, paleontólogo del Museo de La Plata e investigador del Conicet. Es que su hallazgo vino a resolver además un misterio paleontológico: el del salto evolutivo que separa a las pirañas actuales con el pacú, un pariente herbívoro mucho más primitivo.
Aunque se conoce ahora, la historia del descubrimiento se remonta a fines de los '80, cuando Cione (a cargo de la colección de peces de la división de Paleontología de Vertebrados) revisaba antiguas cajas con material fósil sin identificar. Esas piezas habían sido desenterradas de las barrancas del Río Paraná, cerca de la localidad de Villa Urquiza, hacia el 1900, y desde entonces permanecían guardadas.
"Encontré un premaxilar que me llamó la atención. Era similar al de un pacú, pero con los dientes más grandes y afilados, como los de una piraña", cuenta el doctor Cione, quien por entonces no pudo establecer a qué especie correspondía ni tampoco su verdadero valor.
Fue algunos años más tarde, al leer el estudio de un ictiólogo norteamericano, que Cione comprendió la importancia del hallazgo. Las características del fósil "se correspondían exactamente" con las que su colega proponía en 1950 en una reconstrucción teórica de una especie entre el pacú y la piraña.
"Encontré esa especulación teórica materializada en una pieza, que ahora es la base para establecer la existencia de una nueva especie, la Megapiranha paranesis", explica el paleontólogo, coautor de un notable artículo sobre el tema publicado días atrás en el Journal of Vertebrate Paleontology.
El ancestro
Ancestro directo de las actuales pirañas, aunque de un tamaño cinco veces mayor, las megapirañas habrían habitado los ríos, y quizás también las lagunas, de la mesopotamia hace entre 8 y 15 millones de años.
Nadie está seguro, sin embargo, de qué se alimentaban exactamente. "Es posible que su dieta fuera diversa, como la de las pirañas actuales, que si bien son eminentemente carnívoras, también comen plantas y frutos", señala Cione.
Lo que sí se sabe es que coexistían con enormes bagres, delfines de agua dulce, tortugas y cocodrilos de muy diversos tipos, incluso uno labial de rostro alargado; toda una fauna que se extendía por una amplia región geográfica hasta el Amazonas.
Pese a que las únicas pruebas de su existencia se hallaron en nuestro territorio, "es muy probable que las megapirañas hayan llegado a habitar también gran parte de los ríos de Sudamérica", comenta Cione.
"Por entonces las temperaturas globales eran mucho mas altas que ahora, y las cuencas del Paraná y el Amazonas no estaban, como hoy, aisladas una de otra", explica.
A ese primer hallazgo que permitió establecer la existencia de una nueva especie se le sumaron en los últimos años otros que reafirman la teoría. Se trata, sin embargo, de piezas fósiles de menor valor, en gran parte dientes sueltos descubiertos en la misma región, la de Villa Urquiza, Entre Ríos
Fuente: ecofosil.blogspot.com
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