Mary Anning tenía sólo 12 años cuando un asombroso descubrimiento cambió su vida. Meses atrás, su hermano Joseph había encontrado lo que parecía ser un cráneo de cocodrilo, pero la pequeña Mary era bastante escéptica con aquél fósil y, como si de un pasatiempo cualquiera se tratara, siguió investigando para encontrar la verdad. Joseph, que pareció no darle mucha importancia a aquél asunto, pronto dejó a su hermana sola en su investigación. Esa anécdota fue el punto de origen para que, aproximadamente un año más tarde, cuando Mary contaba con 12 años recién cumplidos, hallara un fascinante fósil de 5'2 metros de largo que no se parecía a ningún animal conocido.
Era el año 1810 en Gran Bretaña, una época en la que la teoría creacionista estaba empezando a tambalearse frente a nuevas hipótesis (sólo un año antes, en el 1809, Lamarck había presentado su teoría evolutiva). El descubrimiento de aquella niña causó furor en los círculos científicos y toda la sociedad inglesa estaba entusiasmada por poder ver el fósil de aquél monstruo desconocido. El naturalista William Bullock expuso públicamente el hallazgo en una mansión de Londres, y pronto el mundo de la geología y la biología empezó a investigar qué era en realidad.
Científicos como Everard Home escribieron largos artículos describiendo al monstruo: Al principio pensaba que era un pez, más tarde llegó a la conclusión de que se trataba de un ancestro del ornitorrinco, e incluso llegó a afirmar que era una mezcla entre salamandra y lagartija.
Científicos como Everard Home escribieron largos artículos describiendo al monstruo: Al principio pensaba que era un pez, más tarde llegó a la conclusión de que se trataba de un ancestro del ornitorrinco, e incluso llegó a afirmar que era una mezcla entre salamandra y lagartija.
Pero lo que en realidad había encontrado Mary Anning era ni más ni menos que un espécimen de ictiosaurio, un reptil marino procedente de la época del Jurásico. Su apariencia, similar a la de un delfín, hizo que se ganase el nombre de "pez lagarto" (Ichthyosauria). Lo más extraordinario del fósil que Anning había encontrado es que estaba prácticamente completo y tenía unas condiciones de mantenimiento maravillosas (anteriormente, se habían encontrado indicios de la existencia del ictiosaurio por pequeños huesos, pero nunca nadie se había topado con un ejemplar completo).
Por aquella hazaña digna de los más grandes paleontólogos, Mary Anning sólo ganó 27 libras, pero algo mucho más importante que eso había nacido: Su vocación como buscadora de fósiles.
Mary venía de una familia de clase baja, lo cual, sumado a que era una mujer, hizo que se dificultara enormemente su entrada en el mundo de la ciencia. La Sociedad Geológica de Londres nunca la admitió entre sus miembros y siempre se la tomó como a una intrusa. De hecho, si hubiera formado parte de la comunidad científica, probablemente tendríamos mucha más información sobre sus descubrimientos, ya que, en ocasiones, los paleontólogos publicaban estudios a base de los fósiles que ella encontraba sin ni siquiera mencionarla. Uno de los mejores amigos de Mary escribió una vez: "Mary dice que el mundo la ha utilizado hasta la saciedad... estos hombres de ciencia han chupado su cerebro, y han sacado un gran partido publicando obras de las cuales ella elaboró los contenidos, recibiendo nada a cambio".
Pero todas estas adversidades no impidieron que Mary desarrollara su afición: Tras el éxito que había generado su hallazgo del ictiosaurio, se decidió a abrir por sus propios medios una tienda de fósiles. Por aquél entonces tenía 27 años y una larga experiencia como coleccionista de fósiles. Este nuevo proyecto atrajo a geólogos de toda Europa y América, que venían en busca de sus exóticos descubrimientos. Personajes de tan reconocida importancia como George William Featherstonhaugh (primer geólogo de la historia de los Estados Unidos y uno de los más importantes contribuyentes al Liceo de Historia Natural de Nueva York) iban hasta a Inglaterra para comprarle fósiles a Mary. Incluso el rey Federico Augusto II de Sajonia formó parte de su clientela, que se permitió el "capricho" de comprarse un ictiosaurio para su colección particular.
Lo más curioso de Mary Anning era su educación autodidacta: Diseccionaba peces y sepias para compararlos con los fósiles que encontraba y devoraba cualquier libro sobre paleontología que cayera en sus manos. Todo ello consolidó el papel de Anning como una de las más grandes expertas en la materia. De hecho, años antes de haber fundado su tienda de fósiles, ya había realizado muchos otros grandes descubrimientos. Incluso convendría decir que, desde el hallazgo del ictiosaurio, Mary no paró nunca de encontrar nuevos fósiles.
Por ejemplo, durante 1920-1921 (cuando ella tenía 22 años de edad), realizó otro descubrimiento: Un extraño fósil de lo que parecía ser otro reptil marino. De nuevo, volvió a ser el foco de atención de numerosos paleontólgos que empezaron a idear hipótesis sobre el origen de aquella rareza. Resultó ser el primer fósil registrado del plesiosaurio, un animal de 5 metros de longitud procedente del Jurásico Superior, el cual despertó la admiración de todos los científicos. Unos años más tarde, la propia Mary encontró otro fósil del plesiosaurio que estaba incluso en mejores condiciones (el primero que encontró carecía del cráneo, pero el segundo era perfecto).
El geólogo William Daniel Conybeare escribió el artículo más importante sobre el Plesiosaurio y le dio su nombre, pero en ningún momento mencionó a Mary como descubridora del fósil. Esta no es más que una de las numerosas muestras del desprecio que sufrió Mary a lo largo de su historia (de hecho, además de encontrar el fósil, ella había sido la responsable de muchos de los bocetos que acompañaban al artículo).
Pero sus descubrimientos también generaban desconfianza. El naturalista Georges Cuvier, que era una de las mayores autoridades en el campo de la anatomía comparada, dudó de la veracidad del fósil y se dispuso a examinarlo por sí mismo para comprobar si era un fraude (algo nada extraño en aquella época). Y es que, el enorme cuello del plesiosaurio, que constaba de 35 vértebras, extrañó de sobre manera a Cuvier, quien pensó en la posibilidad de que fuera una combinación de las vértebras de varios animales. Sin embargo, después de una investigación junto a la Sociedad Geológica de Londres, llegó a la conclusión de que era un fósil legítimo, reconociendo que se había equivocado con sus acusaciones.
A lo largo de su carrera, Mary Anning realizó muchos más descubrimientos que, a pesar de no ser tan espectaculares como los anteriores, tuvieron bastante importancia en el avance de la ciencia. Por poner un ejemplo, en el año 1828, descubrió un ejemplar en magníficas condiciones del Dapedium politum, un pez que vivió durante la época del Triásico y el Jurásico. A pesar de que ella no fue la descubridora de esta especie, fue la que aportó uno de los fósiles mejor conservados y que permitían un mejor estudio de sus características.
También encontró partes del esqueleto del pterosaurio, los famosos vertebrados voladores que convivieron con los dinosaurios durante casi toda la era Mesozoica. Otra de sus contribuciones fue el de los descubrimientos relacionados con los belemnites, un grupo de moluscos ya extinto de gran parecido con los calamares y sepias actuales (en concreto, Mary llegó a la conclusión de que los belemnites usaban la tinta para defenderse al igual que lo hacen los cefalópodos de nuestros días).
Pero la importancia de Mary Anning en la historia de la ciencia va mucho más allá que el simple descubrimiento de simples especies: Las pruebas paleontológicas que aportó fueron uno de los mayores apoyos a la teoría de la extinción de las especies, un elemento indispensable en la teoría de la evolución por selección natural. En aquella época aún algunos pensaban que ninguna especie se había extinguido. Aunque científicos como Cuvier ya habían comentado que ciertos mamíferos como el mamut, habían desaparecido, muchos otros pensaban que esos animales seguían existiendo en zonas inexploradas del planeta (ya que, para ellos, la desaparición natural de una especie creada por Dios era una muestra de imperfección). Sin embargo, cuando Mary llegó con aquellos extraños animales, nadie se atrevió a dudar que podrían seguir existiendo.
También fue una de las fundadoras de la ciencia geológica que hoy conocemos como paleontología, demostrando que se podía estudiar la historia de los seres vivos mediante pruebas fósiles. El análisis de la cronología de la tierra a partir de pruebas geológicas y paleontológicas sufrió un momento de auge gracias a muchos de sus descubrimientos.
A los 47 años de edad, murió de cáncer de mama, dejando tras de sí un legado inolvidable. Tras su muerte, numerosas obras se realizaron en su honor. Desde la Sociedad Geológica de Londres, le dedicaron un homenaje que nunca antes se le había hecho a alguien ajeno a la propia sociedad, y menos aún a una mujer. Otros ejemplos de reconocimiento son la iglesia de San Miguel Arcángel, en Lyme Regis, que tiene una vidriera realizada en honor de la paleontóloga; y el famoso escritor Charles Dickens, que llegó a dedicarle un artículo en una de las revistas en las que escribía, recordando las grandes dificultades por las que pasó esta pionera y experta de la paleontología.
Fuente: elbustodepalas.blogspot.com
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