Hace 260 millones de años, ni los mamíferos ni los dinosaurios habían fichado todavía en los ecosistemas terrestres. En el macrocontinente de Pangea correteaban seres que hoy se encuadran en categorías taxonómicas de nombres exóticos y de los cuales sólo salta a la vista un rasgo común: cuatro patas. Aquellos tetrápodos primitivos son el objeto de estudio del paleontólogo salvadoreño Juan Carlos Cisneros, responsable del hallazgo de la última muestra de aquella paleofauna cuyo carácter queda dicho en el apellido de la nueva especie: Tiarajudens eccentricus.
El Tiarajudens, del tamaño de un perro grande, vivió al final del Paleozoico antes de la extinción pérmica, la mayor que ha asolado el planeta y de la que resultaría el festival de dinosaurios que adornó el Mesozoico. Según escribe Cisneros hoy en Science, en aquel momento ya se había desarrollado una gran despensa de herbívoros que alimentaba a un reducido elenco de depredadores.
Y entre los primeros se contaba el Tiarajudens, cuya clasificación le sitúa como un sinápsido (algo que no es un reptil) del grupo de los terápsidos (sinápsidos no mamíferos) y, en concreto, como un anomodonto, un linaje de herbívoros que masticaban las hierbas fibrosas del suelo de Gondwana, el zócalo meridional de Pangea que más tarde se independizaría como supercontinente. El suelo que pisaba el Tiarajudens hoy forma parte de Brasil. Allí Cisneros, desde la Universidad Federal de Piauí, rastrea los depósitos del Pérmico y el Triásico en busca de fósiles.
Aberrante
Pero incluso para su clan, el Tiarajudens es el bicho raro. Según escribe en un comentario al estudio el experto de la Universidad Humboldtde Berlín Jörg Fröbisch, dentro de los anomodontos, que mostraban un "desarrollo progresivo de rasgos de mamíferos", el Tiarajudens es "aberrante" por su "dentición única y especializada". Aunque parte de su parentela vegetariana compartía la oclusión dental (la capacidad de encajar las piezas de una mandíbula con las de otra para triturar la fibra), el Tiarajudens tenía el paladar tachonado de dientes, algo único en su vecindario.
Queda la guinda: dos caninos de 12 centímetros sobresalían de su boca. Cisneros explica que no se trata de colmillos al estilo de los elefantes y de ciertos parientes del Tiarajudens, con crecimiento continuo, sección circular y sin esmalte, sino de verdaderos dientes de sable, comprimidos lateralmente y esmaltados. ¿Para qué quería tales armas un vegetariano? "Los grandes caninos de sable son inesperados en un herbívoro", escribe Cisneros. Tomando como modelo los ciervos actuales, el científico especula que tal vez los usaba "para manipular la comida antes de procesarla, disuadir a los predadores o para exhibición y combate dentro de su especie".
Fuente:publico.es
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